Por qué NO estuvo bien que le suspendieran la cuenta de Twitter a Trump

Este viernes 8 de enero, Twitter suspendió la cuenta del aún Presidente de los Estados Unidos.
(Fotografía cortesía de CNN).


Opiniones respecto a lo que pasó con la suspensión de la cuenta de Twitter de Trump, misma que fue su orgullo por muchos años, han generado dos puntos de vista radicalmente diferentes.

El primer polo, representado por quienes dicen que estuvo bien porque así ya no continuará con su discurso de odio, que eso no debe confundirse con libertad de expresión; el polo opuesto, representado por quienes dicen que estuvo mal porque esto puede dar inicio a una especie de cruzada inquisitorial digital contra los que piensen diferente a lo «políticamente correcto».

¿Entonces se debió celebrar o no? Sin duda es algo histórico, y más allá de los memes que no podían faltar, el suceso da para mucho en qué pensar. Lo primero que hay que hacer es no ver la situación en blanco y negro, ni Trump es tan malévolo como sus adversarios lo pintan ni tan santo como sus defensores lo alaban, simplemente es un ser humano con las mismas cosas buenas y malas que todas y todos tenemos.

Partiendo de eso, se podría decir que Trump está cosechando todo lo que sembró, lo bueno y lo malo. Las decisiones que tomó como presidente, y más durante éste último año son las que más está pagando, y los polos opuestos de los que te hablé al principio son los que lo están condenando o defendiendo por ello, según sea el caso.

El hecho de censurarlo (porque esa es la palabra) no le conviene a nadie, ni siquiera a quienes no lo apoyan. El primer caso, que es el que menos podría gustarle a sus detractores, es que Trump podrá victimizarse por completo, al menos por ahora mostrarse ante el mundo como un mártir, los mártires venden y muy bien; y sus seguidores creerán ese papel ciegamente.

El segundo caso, que es el más idealista, es que por más que no se esté de acuerdo con lo que él diga u opine, se debe respetar su derecho e incluso pelear porque se respete el mismo. Además, el oír su opinión como figura pública nos permitirá razonar, meditar e incluso debatir lo que quiera comunicar, y tomar la decisión personal de estar de acuerdo o no con él. Pero por ningún motivo se debe festejar su censura ni mucho menos promover que se replique con otros, porque eso es imponer una sola forma de pensar, y aunque sea la nuestra, no debe imponerse nunca una sola forma de ver las cosas.

Hay una frase que erróneamente se le atribuye a Voltaire y que ha generado controversia sobre quién es su autor original, pero sea de quien sea, creo que aplica hoy más que nunca: «No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo».

Quienes rebaten el segundo caso, del que se debe respetar su derecho a expresarse, lo hacen diciendo que su discurso de odio no debe confundirse como libertad de expresión, y tiene sentido de cierta manera. Yo como mexicano he estado en total desacuerdo con él por sus acciones y sobre todo sus expresiones contra nosotros, he escrito y he expresado que estoy en desacuerdo con todo ello; pero también he coincidido con él en otras cosas, como su salida de la OMS por su complicidad con China respecto al control de la pandemia en su etapa inicial. De no haber una plataforma para leerlo y escucharlo, no tendría fundamento para saber el por qué de su decisión, y me habría ido con la finta de condenar el hecho por solamente hacerlo durante la crisis sanitaria y ya.

Y aquí es donde voy al tercer caso, el más riesgoso a corto plazo, y es el propio hecho de que se censure a Trump en redes sociales por «riesgo de una mayor incitación a la violencia» provocará una violencia mucho mayor de la que los tweets de Trump pudieron ocasionar desde un principio, en pocas palabras el remedio saldrá peor que la enfermedad. Por supuesto que silenciar a Trump no hará que mágicamente sus seguidores más radicales se calmen, los hará estallar en cólera; y hará que muchos seguidores más moderados consideren sumarse al estallido social al ver que se está cometiendo una injusticia.

El cuarto caso es quizás el más siniestro, y es que realmente no hay una especie de «parámetro» para identificar medir lo políticamente correcto. ¿Quién determinó que lo que Trump dijera por Twitter era potencialmente peligroso justo horas después de pronunciarse reconociendo su derrota y optando por una transición ordenada? ¿Quién ahora es lo suficientemente poderoso como para quitarle espacios al hombre más poderoso del mundo libre?

Muchos opinan en ese sentido que empresas como Facebook y Twitter tienen la libertad de fijar sus propias reglas, y sí, nosotros somos los que aceptamos esos términos y condiciones para poderlos usar; pero con el mismo argumento una empresa podría fijar una postura de no contratar afroamericanos, mujeres, judíos… ¿Cómo reclamarles su racismo, machismo y antisemitismo si previamente aceptamos que ellos pueden fijar sus propias reglas para justificar el censurar a alguien con quien no estamos de acuerdo? ¿Llegaremos a una sociedad que se ofende de manera selectiva y prefiere «mirar para otro lado» cuando los perjudicados son sectores o personas en específico con las que no estamos de acuerdo? Algo me dice que sí.

Sin duda estamos viviendo tiempos distópicos, muy extraños. La única salida que yo veo en este momento es comenzar a dejar de ver las cosas en blanco y negro, dejar de pensar que líderes y empresas son totalmente buenas o completamente malas. Sin embargo, como pintan las cosas, nos están polarizando más y más, insisten en dividirnos en dos y la verdadera pregunta no es de qué lado estás tú, sino el por qué nos quieren tan divididos.


José Andrés
ha escrito en La Litera.

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