Después del 2006, el actual presidente de México fijó una línea discursiva que siguió durante 12 años y que le funcionó para ganar las elecciones de 2018; era la estrategia perfecta, si algo malo le pasaba a él o al país era culpa de un sólo grupo, conformado por los más ricos y poderosos. Empezó culpando a Salinas, y después a todo aquél que ocupara la silla presidencial, así fue naciendo la «mafia del poder».
Un grupo tan malévolo, grande e inteligente, que tenía como misión principal hacerle la vida imposible a López Obrador y de paso también a todos los mexicanos. El discurso fue excelente, tanto así que los seguidores del presidente culpaban a aquella mafia de todos los males y repetían hasta el cansancio su existencia, acusando a todo aquél que no estuviera de acuerdo con Obrador de formar parte o de simpatizar con aquél grupo maldito.
Pero una vez asumido el cargo, aquella mafia se desintegró por razones bastante lógicas; la mafia del poder ya no está en el poder, ahora es aquél hombre, que luchó contra ellos hasta el cansancio, quien lo ocupa. Desde entonces, Obrador está en una búsqueda constante.
¿De dónde sacar a un grupo malévolo tan atractivo como «la mafia del poder»? ¿Cómo encontrar a alguien lo suficientemente poderoso para poder maniobrar contra el hombre aquél que luchó contra ese gran mal?
A casi 3 meses de asumir el cargo, López Obrador insiste en encontrar a alguien tan colosal que pueda ocupar ese lugar en donde alguna vez estuvo la llamada mafia. Lo ha buscado y ha creído encontrarlo, pero aún no lo logra; ni la prensa Fifí, ni los huachicoleros, ni la corrupción en las estancias infantiles, ni las organizaciones civiles, ni los organismos autónomos han podido ser un digno sucesor de la mafia del poder.
Y es que, con 86% de popularidad y aceptación, Obrador no tendría por qué estar buscando semana tras semana a un nuevo adversario, pero lo necesita… y con mucha urgencia.
El modelo del nuevo gobierno es sencillo; todo lo hecho por los antecesores está mal. De ahí viene el pretexto perfecto con el que Obrador la ha librado estos casi 100 primeros días, en echarle la culpa (como fue costumbre) a quien ocupaba el cargo. Pero pasarán los días, los meses, el tiempo, y llegará el máximo punto de quiebre en el que las cifras y las responsabilidades históricas sean inevitablemente adjudicadas a su gobierno; y ese momento está cada vez más cerca.
Por eso, cada día, en cada conferencia mañanera, el presidente no se levanta y habla con los periodistas en busca de resolver dudas o controversias, está desesperado por encontrar a una fuerza más maligna que la mafia a la que combatió; necesita a alguien mucho peor para seguir en el comodísimo papel de víctima, donde será más fácil apuntar con el dedo y culpar que aceptar responsabilidades.
El gran problema es que ni la misma corrupción resulta ser en sí misma una mafia a combatir; necesita un rostro, un nombre para repetir hasta el cansancio. El gobierno de México, presidido por López Obrador, está buscando a ese nuevo adversario. Quizás se encuentre en una toma clandestina de combustible, o en un lugar más aleatorio para despistarlo, como una estancia infantil.
El presidente busca un nuevo adversario, ¿logrará encontrarlo?